De «obra polémica, cuestionadora de los valores establecidos; una de esas que parecieran destinadas a producir alergias de todo tipo en los lectores» calificaba Roa Bastos su novela. Tan «cuestionadora de los valores establecidos» como aquellas que, según nos cuenta Carlos Fuentes, pretendían incluirse en el proyecto planteado por él mismo y por Vargas Llosa en la Argentina del año 1962 bajo el título general de «Los padres de la patria». Una colección de obras que conformarían un «bestiario político» en el que un selecto grupo de novelistas contribuirían escribiendo sobre los dictadores que detentaron el poder en cada uno de sus países.
Mucho se ha discutido sobre la adscripción de estas obras y autores al llamado «boom latinoamericano»; independientemente de esto, de lo que no cabe la menor duda es de que contribuyeron de forma decisiva a ese prodigioso resurgimiento de la novela hispanoamericana, que la hizo eludir, además, el riesgo representado por el regionalismo y el costumbrismo pintoresco, creando una nueva valoración de lo autóctono más genuino, dotándola de un lenguaje nuevo enriquecido por el mestizaje entre el español y las lenguas indígenas, y llevando su poética narrativa hasta unos niveles difíciles de superar.
La novela Yo el Supremo fue considerada, desde su publicación en 1974 en Buenos Aires, una de las novelas más importantes del fenómeno literario iniciado al principio de los sesenta y conocido por la sugestiva expresión de «boom latinoamericano». A medida que pasaron los años y las modas, estas obras se fueron valorando con más criterio y distancia, no ya en el ámbito específico de América Latina, sino dentro de la cultura universal.
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